La jornada laboral en España se entiende como jornadas eternas, horas calentando silla sin por ello obtener unas buenas cifras de productividad, problemas para conciliar la vida personal y familiar y consecuencias sobre la salud. El asunto de los jornada laboral en España es un tema tan recurrente como hablar del tiempo en una conversación de ascensor. Está, además, íntimamente relacionado con el debate en torno a un huso horario que nos equipara a los alemanes en la hora que marcan los relojes [no así en otras cosas, como la jornada laboral], y nos lleva a acometer cualquier actividad una hora más tarde de lo que piden nuestros biorritmos, los mismos que los de británicos o portugueses, nuestros compañeros de meridiano.
El último en alimentar el debate fue Mariano Rajoy, quien prometió [si gobierna en la próxima legislatura] medidas como la finalización de la jornada laboral a las 18.00 horas o el cambio del huso horario para que España tenga el del meridiano de Greenwich. El presidente en funciones retoma un tema profusamente debatido, que se trató en el Congreso en 2013 y sobre el que han expresado su preocupación asociaciones, partidos políticos y hasta la prensa internacional. También lo hacen los propios empresarios, si bien, a la hora de la verdad, son contadas las excepciones (como la de Iberdrola) en que se toman medidas reales para llevarlo a la práctica.
¿De quién depende el cambio de la jornada laboral en España?
«El cambio depende de los directivos y mandos intermedios de las empresas. Y para hacerlo, lo primero es querer hacerlo», señala la catedrática Nuria Chinchilla, profesora del IESE, experta en conciliación y una de las principales abanderadas del cambio de horarios en España. Una voluntad que no siempre existe y una práctica vinculada al sistema de jornada partida heredado de la época del pluriempleo, en la posguerra, cuando se tenía un empleo de mañana y otro de tarde.